Mundo filisteo

Mi butaca Kalos de color amarillo

Justo un tiempo antes de empezar a leer El mapa y el territorio, de Houellebecq, andaba yo ocupado en tratar de averiguar el significado de la palabra “filisteo”. La wikipedia me cuenta que los filisteos eran un pueblo de la antigüedad enemigo de los judíos y que fueron los responsables de introducir el hogar fijo en el Levante mediterráneo. Muy interesante, pero no me aclara gran cosa de su sentido figurado. El diccionario de la RAE, más conciso, ya me da una pista: persona de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y poca sensibilidad artística o literaria. Tomado al pie de la letra, puede incluir a gente que quizás no se merezca el apelativo. No acaba de convencerme. Quien me lo termina de aclarar es Vladimir Nabokov en su Curso de literatura europea. Enfrascado en la tarea de aclarar el significado de la palabra bourgeois en Flaubert, da la siguiente definición de filisteo: persona preocupada por el aspecto material de la vida y que sólo cree en los valores convencionales.

Y como sucede a veces, una vez encontrada una definición satisfactoria, ya había olvidado la razón por la que la buscaba.

El caso es que empiezo a leer El mapa y el territorio y en la mismísima página 15 aparece la palabra “filisteo”. Vaya, se me ocurre que al final va a ser el libro de Houellebecq el que termine por aclarármelo todo, incluso, por tonto que parezca, fantaseo con la idea de que ha escrito el libro precisamente para aclararme a mí las dudas. Tal perspectiva hace que me arrellane un poco más en mi butaca Kalos de color amarillo y continúe una lectura que se presenta tan prometedora.

Así que ya sé que la novela va a servir para aclararme las dudas léxicas. Pero ¿para qué más sirve leer El mapa y el territorio? Por ejemplo, para disfrutar de una visión ácida e irónica de nuestro mundo, de una atención a aspectos que a uno (a mí) le pasan desapercibidos y que acaban por ser elocuentes, de una mirada incisiva… en fin, de una buena novela, tenga esta la forma que tenga, eso que tanto les preocupa a algunos representantes del “mundillo” literario patrio.

En lo que a la forma se refiere, se puede decir que es una novela convencional, pero nada convencional; a ver si me aclaro. Es una novela de artista (he estado tentado de escribir kunstlerroman, pero me he contenido, lo comprenderán enseguida) en la que el protagonista triunfa sin proponérselo, es decir, que hay una ausencia de conflicto entre el deseo del artista y la indiferencia de la sociedad, que suele ser el motor que mueve las ficciones convencionales. Pero también es una novela policiaca cuya resolución no se debe a las pesquisas policiales, sino a la casualidad. O sea, que Houellebecq toma dos géneros, los utiliza a su manera, rebajándoles su complejidad, y luego los une.

Y el resultado es una novela sobre la pretenciosidad, uno de los signos de nuestro tiempo. Vivimos en una época en la que una tienda de colchones es un “centro científico del Descanso”, en la que unos fontaneros prometen “llevar la fontanería al tercer milenio” y otros “respetar las tradiciones artesanales de la ‘gran fontanería’”, pero son incapaces de arreglarte la caldera; en la que un gerente de hotel con encanto es capaz de alcanzar cotas poéticas sublimes al describir las sensaciones que produce la estancia en su establecimiento:

Una sonrisa le conducirá desde el jardín (especies mediterráneas) hasta su suite, un lugar que alterará sus sentidos. Le bastará entonces con cerrar los ojos para conservar en la memoria los senderos del paraíso, el murmullo de los surtidores en el hamman de mármol blanco para que sólo se filtre una evidencia: ˝Aquí la vida es bella.˝

Y el mundo es maravilloso, sí señor. Mediada la novela nos encontramos con un  homenaje a la pretenciosidad lleno de intensidad humorística en la lectura e interpretación de un manual de instrucciones de una cámara Samsung. Impagable.

La última novela de Houellebecq

Bueno, y ¿para qué más sirve leer El mapa y el territorio? Pues, por ejemplo, para elaborar una teoría sobre el uso de la cursiva en la prosa de nuestro tiempo. Sabemos que la cursiva se utiliza para señalar palabras que, por diferentes razones, son ajenas al discurso principal en el que están insertadas. Por ejemplo, ponemos en cursiva los títulos de los libros porque son frases que no pertenecen al discurrir gramatical en el que se insertan; ponemos en cursiva las palabras en lenguas extranjeras porque pertenecen a un sistema de signos diferente al que las rodea. Muchos autores modernos han encontrado otra utilidad a la cursiva: introducir palabras o frases que el narrador nunca pronunciaría por estar fuera de su pensamiento, de su forma de ver el mundo, o, dicho de otra manera, que pertenecen a la forma “convencional” de ver el mundo que no es la suya. Este es un recurso que Houellebecq utiliza con profusión en el libro, casi siempre con la intención de mostrar el mundo filisteo que se oculta bajo el maquillaje kitsch de la pretenciosidad. Es significativo este uso de las cursivas pues forma parte de la estructura genética de esta novela: una indagación en el tema de la realidad y su representación, una búsqueda de la verdad más allá de las apariencias falsificadoras.

En fin. Supongo que leer El mapa y el territorio servirá para más cosas de las que  yo no me he dado cuenta. Así que si alguien quiere añadir algo, por favor, adelante, utilicen los comentarios.